Lerumba Tarumba

Lerumba Tarumba

Lerumba Tarumba, quien sabe si por su nombre, odiaba a todos los que compartían esa sala con él. Les odiaba tanto que no pudo aguantarse y abrió una ventana y les fue arrojando pese a sus quejas y llantos y llamadas de socorro.

Después de su arrebato violento abrió la puerta y salió por ella. Bajó las escaleras con pena y con olvido, dejándose caer por cada escalón y moviendo sus brazos con desgana como péndulos de carne muerta. De repente se da la vuelta y empieza a subir sin razón aparente, pero no termina de conseguirlo. Algo se lo impide. ¡Lerumba tiene que bajar!. ¡Baja! ¡Baja, Lerumba! ¡Te lo ordeno! Yo soy el escritor. ¡En mi cuento mando yo!

-¡Y un huevo! me contesta Lerumba sin saber bien donde mirar. – No pienso bajar las escaleras y dejar que me trinquen. Me voy a atrincherar en la habitación.

Lerumba baja y llega a la calle.

-Que no. No mientas. Estoy en el piso otra vez. No pienso bajar porque tú lo quieras. Soy tu personaje pero no te pertenezco. Soy libre.

Lerumba entonces abre la ventana y se arroja por ella.

-No me he arrojado. Ni siquiera he arrojado a nadie por la ventana. Están todos atemorizados por lo que dices. Pero, -dijo dirigiéndose a las demás personas en la habitación- pero no se preocupen, yo no voy a lanzarles, no tengo nada contra ustedes.

Entonces todos se arrojan por la ventana sin motivo aparente.

-¡No lo hagais! ¡No tenéis por qué hacerlo! – Se lamenta Lerumba.

Se lamenta y resiste. Pero ningún otro personaje es díscolo. Todos los demás se arrojan educadamente, por turnos, cediéndose el paso, muy sonrientes y Lerumba no puede hacer nada para evitarlo más que intentar sujetarlos. Entonces dejan de arrojarse y Lerumba se ve empujado a la escalera, pero no quiere bajar.

-Déjame en paz, escritorzucho de mierda. Ni siquiera eres un escritor famoso, eres un bloguero lamentable. Si me va a manejar alguien que sea alguien importante.

En medio del tira y afloja, aparecen en la habitación un par de hombres furiosos y grandes como dos osos que agarran a Lerumba por los brazos y le obligan a bajar a rastras a la calle. Los vecinos oyen que grita al aire mientras le sacan: «eres un escritor malísimo. Tus cuentos no tienen interés. Son muy cursis o aburridos y tu estilo de escritura es propio de un engreído. Además siempre usas fragmentos de Walking Around de Neruda como si fuera algo muy original. Todos tus cuentos tienen un personaje que se muere de vergüenza o espanto o bajan escaleras con pena y con olvido. Mira el principio del cuento. Eres penoso. No vas a conquistar a ninguna mujer con tu escritura. Fantaseas con que alguien diga que le ha gustado tanto tu cuento que quiera besarte pero todas tus historias son una mierda. Nunca te van a besar después de leer lo que escribes. Nadie se va a tirar a tus brazos pidiéndote que le hagas el amor. Tus cuentos son la antítesis de la lujuria, un antídoto para el deseo. Un antítodo para gustar a nadie. Espero que seas guapo, porque si dependes de lo que escribes vas a morir virgen.

Mientras grita sin parar los hombres oso le arrojan a la calle, llena de los cadáveres de los hombres que compartían habitación con él, mientras las viejas que lo ven murmuran: «Resistirse al escritor. ¿Habrase visto? ¡Qué grosería! ¿Pero quién se habrá creído?»

Lerumba grita y maldice: «Eres un maldito tirano. ¿Y qué es eso de tirarse por la ventana educadamente? Estás como una puta cabra por inventar a un personaje capaz de rebelársete. No sabes el precedente que causas». ¡Podrías joder toda la literatura a partir de ahora con tu literatura barata!

La gente le abuchea y le pide que se vaya, que nadie quiere a un personaje rebelde, que no vale de nada el libre albedrío en una novela.

Y se va, pero grita una última frase que es todo un manifiesto: «Me voy, pero no pienso entrar en ninguna sastrería ni ningún cine ni voy a llorar a gritos ni quiero un descanso de piedras o de lana. Eres un gilipollas».

Y se va, y entra en una sastrería y en un cine, llorando a gritos, donde pide un descanso de piedras o de lana.

-¡QUE NO!

Que sí. Ve buscando un cuchillo verde. Y tú, lectora, ya me estás besando la próxima vez que me veas en lo que buscamos el hotel más cercano.

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